Historia ideada y escrita por (JG0110) o mejor conocido como: "JenotzRailled"
Soy Francisco Ramírez Hernández en mi pueblo me conocen como Don Pancho, soy un hombre sencillo de pueblo, ni mejor ni peor que el resto. Nunca pensé que un día terminaría en esta situación, frente a la Santa Muerte, pidiendo algo que nunca me atreví a pedirle a nadie. Fue mi desesperación, ¿sabe? Mi hija, Lupita, se enfermó de gravedad. Nada funcionaba, ni rezos, ni médicos, ni curanderos. La vida se le escurría como agua entre los dedos, y yo… yo ya no sabía a quién más recurrir.
Fue cuando el compadre Joel me dijo al oído, con esa voz grave suya, “Pancho, ¿y si le rezas a la Santa Muerte?” La idea me heló la sangre. Nunca había sido devoto de ella, pero en mi mente, cualquier oportunidad valía más que nada. Así que, una noche, con el corazón en la mano, preparé una veladora negra, coloqué un par de cigarrillos junto a la figura de hueso y murmurando, le hice una promesa: "Si sanas a mi Lupita, Santa Muerte, te ofrezco mis noches de domingo. Te armaré un altar propio, bien iluminado, siempre con flores frescas. No faltará el incienso ni la comida en tu honor".
El cuarto de mi hija estaba oscuro cuando volví. En un rincón, únicamente se veía el leve resplandor de la luna en su rostro. Sin embargo, en los días siguientes, ocurrió lo impensable. Lupita comenzó a mejorar, poco a poco, hasta que finalmente pudo correr por la casa como antes. Agradecido, armé el altar con mis manos, siguiendo cada detalle de la promesa. Durante años, los domingos eran solo para ella.
Pero, ¿sabe cómo es el ser humano, verdad? Nos acostumbramos a las bendiciones y empezamos a olvidar cómo llegaron. En la comodidad de saber a mi hija sana, llegó el cansancio. Una noche de domingo, mis rodillas ya no quisieron doblarse, y simplemente no encendí las velas. Luego vino otra noche, y otra, y así pasaron semanas en las que me fui olvidando de la promesa, como si nada. Pero ella, la Santa Muerte, jamás olvida.
Una madrugada, comencé a tener sueños pesados. Eran oscuros, espantosos, como un sudor frío que no te puedes sacudir. Soñaba con sombras que me rodeaban y me susurraban mi nombre con voces huecas y secas, y aunque no podía ver sus rostros, podía sentir que se acercaban más y más.
En una ocasión, me desperté con el sonido de unos pasos suaves. Creí que era Lupita, pero cuando me asomé, la vi dormida. Al otro día, le conté a mi esposa: Rosa, pero ella se rio. — "Son solo sueños, Pancho. Debes de estar cansado." Pero yo sabía que no era cansancio; algo estaba mal, profundamente mal.
[Continuará..]