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Cumple Tu Promesa, Episodio 2: "El Último Domingo"

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Historia ideada y escrita por (JG0110) o mejor conocido como: "JenotzRailled"

Las cosas empezaron a empeorar. Primero, Rosa enfermó de pronto, de una fiebre que ni los doctores lograban explicar. Se le secaba la piel, se le hundían los ojos, y su aliento empezó a tener un olor a tierra mojada. Cada día, ella empeoraba. Yo hacía cuanto podía, limpiaba, cocinaba, cuidaba de Lupita… pero todo era inútil. De noche, sentía la misma presencia, el mismo susurro que murmuraba mi nombre, cada vez más fuerte.


Una noche, desesperado, fui al altar. "Por favor, Santísima… no me lleves a mi Rosa", susurré. Encendí velas, volví a poner las flores que había dejado marchitar. Rogué como un hombre quebrantado, pero nada sucedió.


Rosa empeoró, y con el pasar de los días, noté cómo su piel tomaba un color pálido, extraño. En sus ojos había algo oscuro, una especie de resentimiento que nunca había visto antes. Empezó a hablar sola, susurrando nombres que no reconocía. “Don Pancho, ¿quién más vive aquí?”, preguntó Lupita, una noche en que Rosa se miraba en el espejo, hablando como si alguien le respondiera. Su voz, sin embargo, sonaba… fría, como si no fuera mi Rosa.


Hasta que llegó esa noche final.


En un susurro, oí algo claramente, como si me hablaran al oído: “Pancho, fallaste en tu promesa.” Fue un eco que no pude ignorar. Esa noche, vi a Rosa levantarse y salir al altar. Vi cómo prendía las velas y miraba fijamente a la figura de la Santa Muerte, con esos ojos negros, vacíos, sin vida.


—Rosa, ¿qué estás haciendo? —le grité, temblando.

—Cumpliendo tu promesa, Pancho —me respondió, pero esa no era la voz de mi esposa.


La figura de Rosa comenzó a desvanecerse poco a poco, como si se fundiera con las sombras. Sentí cómo una fuerza invisible me obligaba a arrodillarme frente a la figura de la Santa Muerte. Y ahí, en mi desesperación, sentí cómo un frío recorrió mis venas, y entendí que yo ya no era dueño de mi destino.


Desde entonces, vivo solo, encerrado en esta casa. Cada domingo, enciendo las velas. Cada domingo, las sombras susurran mi nombre y siento que ella, la Santa Muerte, me vigila desde el rincón más oscuro del cuarto. Me dejó vivir, sí, pero sólo para recordar siempre lo que le prometí y que nunca cumpliré del todo.


Porque sé que algún día vendrá a cobrar. Y cuando llegue… ya no habrá escapatoria.


[Fin]


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